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Lolito Epiléptico: Vivir, Divulgar y Formar sobre la Epilepsia
Del 15 Al 1 – Sábado 6 de Marzo del 2021 EDMRADIO
La música nos rodea constantemente. Está en la radio mientras conducimos, en los anuncios que vemos en la televisión, en las películas que disfrutamos, en los centros comerciales, en los gimnasios, e incluso en los ascensores. Desde los primeros sonidos que escucha un bebé en el vientre materno, hasta las canciones que acompañan nuestros últimos días, la música parece formar parte integral del ser humano. Pero surge una pregunta provocadora: ¿se podría vivir sin música?
La respuesta corta es sí, se puede vivir sin música. Pero la verdadera cuestión es: ¿qué tipo de vida sería esa? En este artículo exploraremos el papel de la música en la evolución humana, su impacto en la psicología, la cultura, y la salud, y qué perderíamos si un día desapareciera por completo.
La música no es un invento moderno. Los primeros instrumentos musicales datan de hace más de 40.000 años. Flautas hechas de huesos, tambores primitivos y cantos tribales eran usados en rituales, ceremonias de caza, e incluso como forma de comunicación. La música nació al mismo tiempo que el lenguaje y, en muchos sentidos, evolucionó con él.
Las civilizaciones antiguas, como la egipcia, la griega, la india o la china, otorgaban a la música un lugar sagrado. Era parte de los cultos religiosos, de la medicina, de la filosofía y de la vida social. En Grecia, por ejemplo, se consideraba que la música tenía poder sobre el alma, y Platón advertía sobre su influencia en la moral de los ciudadanos.
Si ha existido en todas las culturas, épocas y sociedades, ¿no será porque es más que entretenimiento? La universalidad de la música sugiere que no es un lujo, sino una necesidad emocional y social.
Numerosos estudios han demostrado que la música tiene un impacto directo en el cerebro humano. Estimula la liberación de dopamina (el neurotransmisor asociado al placer), reduce los niveles de cortisol (hormona del estrés) y activa regiones cerebrales relacionadas con la emoción, la memoria y el movimiento.
¿Qué significa esto? Que la música no solo nos gusta, sino que nos afecta profundamente:
En psicología clínica, la musicoterapia es una herramienta efectiva para tratar desde el estrés postraumático hasta el autismo, pasando por enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer.
Vivir sin música sería vivir sin un canal emocional esencial. Sería más difícil procesar el dolor, celebrar la alegría, o simplemente encontrar consuelo.
La música no solo tiene un efecto individual; también es un fenómeno profundamente social. Crea comunidad, identidad y pertenencia.
Piensa en los himnos nacionales, las canciones populares que identifican regiones o épocas, los conciertos que reúnen multitudes, los festivales, las canciones que se transmiten de generación en generación. La música es una forma de contar historias, de preservar memorias colectivas, de unir voces.
¿Se podría tener una sociedad sin música? Sería posible, pero perdería uno de sus lazos más fuertes: la conexión emocional entre las personas. El arte, y en particular la música, es lo que hace que las sociedades vibren al unísono, que compartan sentimientos y valores.
Imagina un mundo sin música. No habría melodías en los cumpleaños, ni música en las bodas, ni canciones para dormir a un bebé. Las películas perderían su fuerza emocional. Las celebraciones serían planas. Los recuerdos serían más silenciosos.
Incluso muchos de nuestros hábitos cotidianos se volverían menos llevaderos: hacer ejercicio, estudiar, trabajar, viajar… Todo sería más monótono. Y no se trata solo de «echar de menos algo bonito»: hablamos de la pérdida de una herramienta fundamental para nuestra salud mental, emocional y social.
Sí, técnicamente podríamos vivir sin música. Pero sería una vida más pobre, más gris, menos humana. Porque la música no es solo sonido: es expresión, emoción, conexión y memoria.
Vivir sin música sería como vivir sin color, sin abrazo, sin risa. El corazón seguiría latiendo, pero el alma estaría más sola. En definitiva, no necesitamos música para sobrevivir, pero sí para vivir plenamente.
Escrito por Ana González Pérez
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